escorts en angol y traiguén

ESCORTS, ACOMPAÑANTES, DAMAS DE COMPAÑÍA, SEXO, TRANS, VIDEOLLAMADAS

  • All
  • jovencitas
  • lencería
  • mujer

ESCORTS, ACOMPAÑANTES, DAMAS DE COMPAÑÍA, SEXO, TRANS, VIDEOLLAMADAS

Señora de día, puta de noche

No hay nada más excitante que llevar una doble vida y que nadie sepa en realidad quién eres. Todas las mañanas desayunaba en un selecto club para mujeres adineradas. Allí me conocían como Milagros, mi auténtico nombre. Tenía un grupo de amigas, señoras de la alta sociedad con las que fingía compartir gustos, costumbres e inquietudes.

Éramos cuatro, lo que nos venía muy bien para jugar al pádel en parejas. A los cincuenta y seis años, yo era la única que no se había sometido a ningún retoque estético y aun así, era la que mejor estaba físicamente. Ese buen estado de forma me servía para salir siempre vencedora en nuestros partidos.

El tema más recurrente en nuestras conversaciones, además de nuestros hijos, era el dinero y la forma que teníamos de gastarlo. Mis tres amigas eran poseedoras de grandes fortunas gracias a haberse casado con el hombre adecuado. Yo les había contado que mi caso era igual que el suyo, que también me había casado con un millonario, pero me había quedado viuda, cosa que les provocaba envidia.

Nada de lo que sabían de mi vida era cierto. Desconocían cómo había llegado a tener suficiente dinero como para permitirme llevar ese ritmo de vida. Tampoco sabían que nunca había estado casada, que no tenía hijos, ni por qué llegaba todas las mañanas al club con ojeras y muerta de sueño. Si en algún momento descubrían la verdad, se terminaría esa doble vida con la que tanto disfrutaba.

A veces me preguntaba qué narices hacía alguien como yo en un sitio pijo como ese. La única respuesta que encontraba era que buscaba huir de mi verdadera personalidad, de la mujer en la que me convertía todas las noches. Me sentía poderosa, como si me colara en un lugar que no me pertenecía y consiguiera engañar a todas esas ricachonas superficiales.

Solo lamentaba tener que mentir a Puri, la única de mi grupo de amigas a la que había conseguido coger algo de cariño. A diferencia de las demás, ella si mostraba preocupación por el resto de la humanidad, por los que no eran tan afortunados como nosotras. Con esa mujer sí se podía hablar de otras cosas y se interesaba a menudo por mi vida personal. Por si estaba bien o por qué parecía siempre tan cansada.

– ¡Buenos días, Milagros!

– Qué mañana tan bonita, ¿verdad, Puri?

– Justo eso me decía mi hijo, que era una lástima tener que ir a clase.

– Romeo tiene que estar a punto ya de terminar la carrera.

– En junio, si dios quiere.

– A ver si se pasa un día por aquí y lo conozco por fin.

– Yo también estoy deseando conocer a tus hijas.

– Tenemos que organizar algo.

– Claro, cuando quieras.

En ese mundo ficticio que había creado, yo tenía dos hijas. Les había contado que estudiaban en el extranjero, para evitar evitar situaciones como la que se acababa de producir. En realidad, de tanto oír hablar de él, yo sí tenía ganas de conocer al hijo de Puri, pero a ella jamás le podría presentar a mis inexistentes hijas. Tampoco debía saber que a lo que dedicaba todas mis noches era a ejercer la prostitución.

Pero yo no era una prostituta cualquiera. Vendía mis servicios en el casino más grande de toda la ciudad. Era el sitio perfecto. Los que tenían suerte con el juego invertían sus ganancias en pasar la noche conmigo. Los que perdían, se quitaban las penas entre mis piernas.

Mis clientes eran todos personas poderosas e influyentes, gente de mucho dinero. Solo ese tipo de hombres podían permitirse pagar a alguien como yo. Los encuentros sexuales tenían lugar en el hotel de cinco estrellas en el que se encontraba el casino. Habitaciones lujosas que entraban dentro del desorbitado precio que costaba tener sexo conmigo.

A pesar de que yo no era la única prostituta del casino y de que la mayoría eran chicas que rondaban los veinte años, nunca me faltaba trabajo. Los jugadores más jóvenes solían ir en busca de las de su edad. Los más mayores también preferían a las jovencitas. Mi clientela más frecuente solían ser los hombres de entre treinta y cinco y cuarenta años. Una edad a la que ya se habían cansado de pagar a putas que podrían ser sus hijas y buscaban probar con una que encajara más en el perfil de sus madres.

Todo el que buscaba una señora madura y elegante, encontraba en mí a la compañera de cama ideal. Yo obtenía a cambio una gran cantidad de dinero y, en ocasiones, un buen polvo. Entre mis clientes, había amantes desastrosos y otros que sí sabían como dar placer a una mujer. En contra de lo que se suele decir, yo era una prostituta que sí conseguía disfrutar con el sexo.

Mi cliente más habitual era un empresario alemán que venía todos los meses por cuestión de negocios. Nunca dejaba pasar la oportunidad de probar suerte en el casino y después disfrutar de mis servicios. Jamás les daba información personal ni permitía que me la dieran a mí, pero intuía que ese hombre debía de estar a punto de cumplir los cuarenta. Esa era mi edad favorita. Una buena mezcla entre la experiencia sexual acumulada y la energía que todavía tenían.

Al alemán le gustaba el sexo duro, pero sin exceder ningún límite. Me ponía muy cachonda que me pusiera a cuatro patas como una perra, siendo la señora que fingía ser. No solo le gustaba recibir el sexo oral, también lo practicaba a las mil maravillosas, provocándome unos orgasmos brutales. Como si el placer y mi tarifa no fuesen suficientes, solía dejarme unas propinas más que generosas, sobre todo si había tenido suerte con el juego.

Con ese nivel de actividad nocturna y durmiendo, con suerte, un par de horas antes de ir al club, era normal que todas las mañanas me vieran cansada. Una vez que cumplía con mi autoimpuesta vida social, me iba a casa a comer y después sí que dormía en condiciones para estar descansada para lo que realmente me importaba: mi trabajo.

Hacía un mes que no veía a mi cliente favorito, así que estaba convencida de que estaría a punto de volver. Cuando creía que su presencia era inminente, me vestía y me perfumaba mejor que nunca. Miraba a un lado y a otro del casino, esperando verlo aparecer en cualquier momento. Pero el que se acercó a mí en nada se parecía al alemán.

– Buenas noches, bella dama.

– Chico, las rusas están al lado de la ruleta.

– No me interesan las jóvenes, quiero gozar de tu compañía.

– Como quieras, pero no sé si podrás pagarme.

– El dinero no es problema, créeme.

– Perfecto, pues acompáñame a la habitación.

– Por cierto, mi nombre es…

– Ni se te ocurra decírmelo, discreción ante todo.

– Pero de alguna manera deberemos llamarnos, ¿no?

– A mí me puedes llamar Mimi, yo te seguiré llamando Chico.

– Está bien.

Mi nuevo cliente debía ser mayor de edad, de lo contrario le hubieran impedido el acceso al casino, pero no lo aparentaba. Tampoco tenía pinta de estar acostumbrado a tratar con prostitutas, sin embargo, se había ido derecho a por mí, que por edad casi podría ser su abuela. No tenía grandes expectativas en lo que me pudiera ofrecer, pero no me quedaba más remedio que comprobarlo.

No era, ni mucho menos, lo habitual, pero de vez en cuando aparecía un cliente que únicamente deseaba hablar. Era dinero fácil, pero no me gustaba que dieran por hecho que yo podía ofrecerles una solución a sus problemas. Aun así, tenía que escuchar lo que me contaran y tratar de ser lo más agradable posible. El joven tenía problemas de eyaculación precoz y creía que yo se los podría solucionar.

– Por el dinero que te va a costar esta hora podrías pagarte a la mejor psicóloga.

– Para hablar de sexo prefiero una profesional.

– Pero yo no puedo decirte por qué aguantas tan poco.

– Seguro que has estado con muchos hombres con ese problema.

– Sí, pero no es asunto mío, les cobro lo mismo.

– ¿Alguno ha ido mejorando con el tiempo?

– No lo sé, pasan tanta vergüenza que no vuelven.

– Creo que si consiguiera…

– Mira, Chico, no te puedo ayudar. Pero puedes enseñarme lo que aguantas.

– ¿Quieres que hagamos el acto?

– Para eso suelen pagarme, sí.

– No voy a ser capaz.

– ¿Y si me dejas al menos masturbarte?

– Vale, podemos probar.

 

El muchacho se estiró sobre la cama y dejó que yo lo hiciera todo. Lo desnudé de cintura para abajo, ya estaba empalmado. Se la agarré con mucho cuidado, temiendo que se corriera nada más tocarlo, pero solo dio un respingo. Me tumbé a su lado y comencé a masturbarlo despacio. Respiraba profundamente, tratando de concentrarse en algo que no lo llevara a terminar enseguida.

Seguí bombeando con suavidad. Aguantó el tipo durante casi un minuto. Un buen chorro de semen escapó de su verga, más pronto de lo deseado, pero debía reconocer que esperaba algo peor. El joven estaba avergonzado, se llevaba las manos a la cara y negaba con la cabeza.

– No ha estado tan mal.

– Gracias por animarme, pero no resisto ni una simple paja.

– Pero estoy convencida de que lo acabarás consiguiendo.

– ¿Cómo?

– Para empezar, creo que deberías volver mañana.

– ¿Quieres decir para hablar o para algo más?

– Nada de hablar, iremos dando pasos, poco a poco.

No fue nada sencillo. En el segundo encuentro hice que me practicara sexo oral él a mí. Nunca me lo habían hecho tan mal, pero le vino bien para irse acostumbrando. El siguiente día se lo hice yo a él, pero aguantó menos que con la paja. Fue un trabajo largo, no tenía ni idea de si iba a funcionar, pero al cabo de un mes y medio ya era capaz de follar sin correrse nada más meterla.

Para entonces, no solo había conseguido grandes cantidades de dinero, también contaba con un nuevo amante más que satisfactorio. Después de tantas lecciones, era el cliente que mejor me conocía. Sabía en qué posturas follarme para darme placer, me estimulaba mis zonas erógenas como nadie. Se había convertido en un maestro succionando mi clítoris.

En una de esas noches en las que me hacía gemir como la puta que era, follándome duro como a mí me gustaba, el joven decidió que era el momento de dar un paso más, antes de que nuestros caminos se separaran y él saliera a demostrar a las chicas de su edad todo lo que había aprendido.

– Mimi, creo que ha llegado el momento de buscar otras experiencias.

– Tienes que buscarte una buena novia.

– Seguiré viniendo de vez en cuando.

– Eso decís todos, sé que no te volveré a ver.

– Sabes que todavía nos queda una cosa por hacer.

– Y tú sabes que esa cosa la cobro más cara.

– Todo es poco por entrar por fin en ese culo.

– Te estaré esperando mañana, como siempre.

– Mañana no voy a poder, le he dicho a mi madre que suelo venir al casino a jugar y se ha empeñado en que la traiga.

– Está bien. Si os veo por allí, fingiré que no te conozco.

Tenía mucha curiosidad por saber cómo sería la madre de ese joven estudiante al que había convertido en un semental. Estaba en busca de otros clientes a los que satisfacer, cuando lo vi aparecer, a su hora de siempre. Me quedé petrificada al comprobar que la mujer que lo acompañaba era mi amiga Puri.

Continuará…