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La amiga de mi madre, tan deliciosa como su hija

Elena, la íntima amiga de mi madre, había venido a Salamanca, a pasar la Navidad con su hija, Leni, que se tuvo que marchar a Madrid la mañana del día 25, para dividirse el tiempo de Navidad entre su madre y su padre. La tarde del 24 salimos los tres con mis amigos de aperitivo comida, y nos divertimos mucho. Por la noche, Leni pidió permiso para salir conmigo y mi grupo, y acabé follándome a ese piboncito de diecisiete años dulce y sexy.

Acudí a la comida del día 25 con la idea de que ambas habían regresado esa mañana a Madrid, por eso cuando encontré a Elena en casa de mi madre, sentada a la mesa, me sorprendí.

—Tu madre me ha convencido de que me quedara, no tenía con quién comer hoy —trató de explicarse al ver mi expresión.

—¡Me alegro de que te hayas quedado! ¿Hasta cuándo?

—Me iré mañana. ¿Cómo se portó Leni anoche? No la oí llegar.

—¡Tu hija es muy simpática, a mis amigos les ha encantado.

Si Papá Noel me había regalado una noche maravillosa con Leni, ¿por qué no pedirle a los Reyes lo mismo con su madre? Ellos son mágicos.

Después de comer, mi madre propuso jugar una partida al Mus. Nunca había jugado con mis padres, y me pareció bien. Formé pareja con Elena que hacía tiempo que no jugaba, y aunque empezamos perdiendo, cuando ella recuperó memoria de su pasado, cambiamos la racha y ganamos. Sobre las ocho, me levanté para marcharme y fue mi madre quién me animó.

—Anda, invita a Elena a dar una vuelta, que no se pase el tiempo encerrada con nosotros.

Ante su mirada pidiendo confirmación, me ofrecí encantado. La tarde del 25 era más tranquila, la mayoría estaba recuperándose de la tarde y la noche de ayer. Después de pasear un rato, recordando anécdotas de su infancia por esas calles, nos sentamos en un café muy mono, en una calle paralela a la plaza mayor.

—Estoy volviendo al pasado, cuando paseaba por aquí con algún chico de tu edad, salvo que han pasado veinticinco años y el chico sigue igual y solo yo he envejecido.

—Los pocos años que has cumplido te han sentado fenomenal. No hay en la ciudad una mujer de tu edad como tú.

—Se lo diré a Concha, a ver qué opina ella—sonrió picarona.

 —No seas mala. Es solo una amiga. Y no se te puede comparar.

—Me has sorprendido por completo Pablo. Te conocía como el hijo pequeño de mi amiga, y te reencuentro hecho un hombre muy atractivo, educado, y liado con una amiga de mi edad. ¿Lo sabe tu madre?

—Mi madre no ha evolucionado como tú, hay cosas que mejor no contar ¿No crees?

—Yo trato de tener confianza con Leni. Nos contamos todo. Alberto es más reservado.

¿Se habrá atrevido Leni a contarle que me la follé anoche? No parecía molesta, todo lo contrario. Me contó que se encontraba fenomenal sola, pero que echaba de menos, si no un novio, si un amigo al menos, con quién compartir problemas, éxitos, momentos de bajón.

—Y un poco de sexo, que tampoco viene mal —añadí.

—Por supuesto, soy muy sexual. Pero solo me activo con cariño, no follo por follar.

Escucharla hablarme con esa confianza de un tema tan íntimo, me excitó. El sexo con Concha, la dueña del pub, y amiga de la infancia de Elena, funcionaba de miedo. Menudo morbo, una amiga de mi madre, diferente a su hija, pero muy sensual.

—¿Y qué otros hobbies tienes? —pregunté para apartar de mi mente esos pensamientos.

—Me gusta leer. Hacer pequeños viajes, salir a tomar el aperitivo por el centro de Madrid. También me gusta bailar, pero nadie me invita.

—Será mi regalo de Navidad, si quieres después te llevo a un sitio, aunque no sé si estará abierto hoy.

—¿En serio? ¿Sabes bailar?

—Hoy día si un chico no sabe bailar, está muerto ligando.

El Camelot, ubicado en un lugar palaciego, junto a un convento medieval, estaba abierto, aunque a media entrada. Iba con frecuencia porque además de cómo disco, funcionaba como sala de exposiciones o presentaciones de eventos.

—¡Qué chulo! Me gusta el sitio.

—A tu nivel. Un sitio monumental, con clase, y al que viene gente joven.

—¡Qué zalamero eres! Demasiado jóvenes para mí.

Nos pedimos dos gin tonic, y solo le había dado un trago, cuando me miró esperando mi reacción-

—¿Eres de los tíos que se queda en la barra mirando?

Dejé la copa, y la cogí de la mano hasta la pista. Era una de esas melodías latinas que nunca sabía si era merengue, bachata o qué coño. La cogí de la cintura con uno de mis brazos y con el otro le di la mano, situé una pierna entre las suyas y empecé a moverme. La música la cambió, Estaba terriblemente sexy, marcando los pasos a golpes de cadera, exhibiendo su generoso culo. La miraba y pensaba que deseaba follármela, pero era la amiga de mi madre y debería ser prudente.

Llevado ya de la sensualidad de la música, y sin dominar los pasos, apretaba mi cuerpo contra el suyo, disfrutando del roce de sus pechos que vibraban con el movimiento, asomándome con descaro desde arriba, por el holgado cuello de su camisa, una maravillosa vista de sus pechos, generosos y redondos. El roce de su cuerpo me estaba excitando por momentos, cada vez pegaba más su pierna, podía sentir la agitación de mi polla en su muslo. Su sonrisa confirmó que lo percibió, y lejos de retirarse, aceleró el roce de su muslo en mi entrepierna.

Nos sentamos a terminar el gin tonic, y a que se me pasara el calentón, mientras ella sonreía divertida.

—Que bonita es la juventud, la música “levanta” el ánimo.

¿Me provocaba o simplemente era una situación divertida?

—Necesitaría alguna clase más de baile, que pena que te marches —le dije.

—Mañana cogeré el tren de las diez. Si quieres continuar las clases tendrás que venir a Madrid —su forma de decirlo era ambigua, sonreía, pero no era capaz de interpretar una invitación directa.

—Hace mucho que no voy a la capital —de repente se me iluminó la mente—. Si me invitas a un aperitivo por el centro, te llevo a Madrid.

—¿En serio? No me apetece nada el tren. La invitación dala por hecha, con lo bien que te has portado estos días—sonrió sin traducir sus pensamientos.

Al dejarla en casa de mi madre, me dio un besito en la boca, como si fuéramos rusos, no por lo frío, sino por la costumbre que tienen ellos de saludarse o despedirse así.

—Lo he pasado genial. Hasta mañana —me despidió.

Era increíble como habíamos pasado una noche cenando, tomando una copa, riéndonos, bailando, y con una erección que me habría encantado aliviarme, invitándola a mi apartamento. Igual quedaba resto del olor que dejó anoche su hija, mejor no tentar la suerte.

Al recogerla por la mañana, su aspecto deportivo, con zapatillas tenis, vaquero ajustado, camisa blanca con los puños subidos, abierta hasta el tercer botón, y un jersey azul anudado al cuello presentaban a una Elena diferente. Llevaba su melena castaña oscura suelta, aparentaba menos edad que ayer. ¿Se habría hecho un tratamiento nocturno? Su cara redondeada, con pómulos como manzanas, le aportaban una belleza natural sin necesidad de maquillar. Era realmente atractiva, respondía a ese canon de belleza discreta que necesitas conocerla y contemplarla, no solo verla. Al lado de mi madre, acostumbrada a su vida discreta de provincias, Elena parecía su hermana pequeña.

—Conduce con cuidado Pablito —me despidió mi madre. Y al oído, me felicitó —. Te has portado muy bien estos días, Elena te está muy agradecida, y yo también.

Si supiera mi madre lo que ocurría tras las cortinas del escenario que ella veía, igual me desheredaba. Pero no te preocupes mami, solo me la follaré si ella consiente. Solo sí es sí.

Tras ajustarnos lo cinturones, con una amplia sonrisa, nos dispusimos a compartir una hora y media de coche, conversando. Ante su pregunta, le conté que me quedaría en casa de un amigo, Jaime, también de Salamanca, que vivía solo en Madrid. Vivía en un PAU nuevo, no cerca de la casa de Elena en el centro.

Le pregunté por Leni preocupado de que su presencia pudiera descubrir lo nuestro, y me tranquilizó al decirme que se había ido con su padre a esquiar unos días, Quise indagar un poco en su separación, en una charla de dos personas amigas, repasando sus vidas.

—Se os veía bien juntos —afirmé con un tono neutral.

—La pandemia acabó por aflorar diferencias que arrastrábamos.

—¿Hubo alguna causa concreta?

Cuando dos personas deciden poner punto final a una relación de más de veinte años, no solía ser por una causa concreta. Incluso aunque sea por un hecho, como infidelidad, antes de producirse ese hecho ocurren enfados, días rutinarios, desatenciones.

—Supongo que los dos, sin darnos cuenta, fuimos haciéndonos más individualistas, prevaleciendo nosotros mismos sobre la pareja. Cuando surgió el confinamiento comprobamos que no nos apetecía pasar tanto tiempo juntos. La monotonía fue apoderándose de nosotros y terminó por afectar a la relación. Y en esas circunstancias, apareció alguien en su vida, y se encontró el terreno abonado.

—Noto un poco de resentimiento. O de culpabilidad.

—Creo que ya no, aunque la hubo. Quizás queden rescoldos de la forma de marcharse, pero no de que lo hiciera. Y ahora hablemos de ti. ¿Cuánto tiempo llevas sin pareja?

—Tres meses. Salí con Marta dos años, y en verano nos ocurrió algo parecido a lo vuestro. Se nos hizo largo estar tanto tiempo juntos.

—¿Y ahora estás bien?

—Fenomenal. Durante un tiempo abusé de la noche, a Salamanca viene mucha gente de fuera, loca por salir de fiesta. Ahora he reducido las salidas, solo cuando siento que alguien es especial …Como la de anoche contigo.

—Gracias, lo considero un halago. Yo también lo pasé muy bien. Me alegro mucho de haber ido a ver a tu madre, me ha visto estupendamente. Leni que era reacio a venir, también me confesó que se lo hiciste pasar muy bien. Eres un cielo Pablo.

—Para mí también ha sido divertido. Ella es un ciclón, pero tú … tu eres un pedazo de mujer.

No respondió. Simplemente puso su mano sobre la mía que estaba en la palanca de cambios, y tras unos segundos en los que probablemente pensó lo que iba a decir, habló.

—En estos momentos, necesito reafirmarme como mujer. Tus palabras me halagan.

Sobre las doce y media entrábamos en Madrid.

—Yo he cumplido trayéndote, ahora te toca a ti cumplir con el aperitivo. Pagamos a medias ¿de acuerdo? —quise aclarar.

—De eso nada, en mi ciudad invito yo.

Tras dejar su equipaje en casa, situada en pleno barrio de Chamberí, nos desplazamos caminando a la placita de Olavide, llena a esa hora de clientes, disfrutando de los días que en Navidad se concedían de vacaciones.

Entramos en una taberna centenaria, de azulejos pintados al horno en la fachada. Mientras disfrutamos del aperitivo, continuamos hablando de nosotros, cada vez de manera más personal. Confesó tener miedo a volver a fracasar en el amor.

—Con tu experiencia, seguro que ya te equivocarás poco —le dije.

—En asuntos del corazón Pablo, no hay técnicas. Y quien las siga, se pierde lo más bonito, la naturalidad.

—Estoy de acuerdo. La mente tiene algún mecanismo selectivo, y de repente sabes que te atrae una mujer, aunque no responda a los cánones habituales que has barajado en tu vida.

—¿Cuáles son tus cánones? —preguntó curiosa.

—Por mi experiencia, una chica rubia, delgada, de entre veinticinco y treinta años, inteligente, culta.

—¡Qué desilusión! Apenas pasaría tu filtro de culta. Castaña tirando a morena, nada delgadita, doblo la edad, mi ex decía que era tonta, así que ni inteligente, y culta… creo que por ahí podría aprobar.

Me reí, por la forma de decirlo.

—No sabía que querías entrar en mi selección. Ahora incluiría morenas y no me importaría que usaran una cuarenta de talla ni que hubieran superado los cuarenta años.

—Entonces tengo posibilidades—sonrió.

—Y no solo no me pareces tonta, sino me pareces admirable.

—Vaya, eso es todo un cumplido.

—Si recuerdas, dije que a veces te sorprende como alguien llama tu atención, no respondiendo a los criterios que en el pasado te han atraído. Lo decía por ti —me atreví a dar un paso, sin lanzarme del todo, escudado si me apretara en los vinos.

—Lo supuse por tu forma de mirarme al decirlo, pero una mujer no debe parecer que se lo cree. Siento que estos días ha surgido una cierta química entre nosotros, no sé bien de qué tipo, y aunque me resulta extraño estar hablando así contigo, no me siento incómoda.

—A mí me ocurre igual. Siempre me caíste bien, pero como una señora mayor amiga de mi madre. Anoche, cenando, bailando, sentí que no eras esa señora, te veía como una amiga con la que salía.

El tema estaba subiendo de tono, yo no pensaba frenarme, pero ella consideró que debíamos parar.

—Si te dijera que no lo noté, te mentiría, yo también percibí tu excitación al contacto de nuestros cuerpos, pero ambos somos sensatos —se quedó callada, antes de proseguir—, lo que nos permite continuar disfrutando de este magnífico aperitivo, sin eludir hablar con naturalidad de lo que pensamos.

Íbamos recorriendo diferentes lugares, picando tapas a la vez. Al salir del segundo garito, se colgó de mi brazo en la calle, y reíamos de todo, sin barreras. Habíamos abierto el melón y creía que, al haberlo verbalizado, estaba a salvo de tentaciones.

En el tercer bar, pedimos una carne que nos trocearon en taquitos, para acompañar la bebida que iba animándonos. Con una caña, un vino y un vermut que traíamos, más las dos copas de vino y el chupito de pacharán por cuenta de la casa, ya andábamos tocados, ella un poco más.

—Uff, menos mal que no hay que coger coche, solo tenemos que encontrar el portal y la llave —se rió.

—Lo paso muy bien contigo. ¿Puedo invitarte a cenar esta noche? —le propuse.

—¿Comer más? Deja primero que se nos pase la modorra.

La cogí de la mano hasta su casa, sin dejar de hablar y reírnos. Habíamos alcanzado una complicidad increíble.

—No estás para conducir. ¿Por qué no subes y descansas un poco? —Me ofreció.

Una vez en casa, considerado puerto seguro, se quitó los zapatos, me indicó el bar y el frigorífico, y serví unos chupitos de crema de orujo. Nos reíamos de como habíamos cogido esa trompa, estaba desenvuelta. «Por favor, de esto a Leni ni mus».

—¿Cómo voy a decirle a tu hija que ayer me provocaste un calentón bailando agarrados, que he venido a Madrid solo por seguir estando al lado de su madre, y que estoy loco por follármela?

—¿¡¡Qué!!?

—Que parte es la que no has entendido. ¿Qué me pusiste a cien bailando, o que estoy loco por follarte?

—Lo que estás es loco del todo —dijo riéndose—. Pero suena bien en un chico atractivo.

Callé su frase besándola, a lo que no reaccionó, ni tampoco rechazó.

—Para Pablo. Me has cogido por sorpresa —exclamó.

—Pues ahora, lo repetimos, avisándote, sin forzar.

Acerqué mi boca a la suya, manteniéndola separada. Me miró con los ojos vidriosos sonrientes, y acercó su boca. La besé de nuevo, y vencí su resistencia en cinco segundos, abriendo sus labios en canal, y recibiendo su lengua satisfecha de vermut, pero sedienta de besos.

—¿Sabes lo que estás haciendo? —me preguntó.

—Ofrecerte un polvazo.

—¿Quieres echar un polvo rápido sin más?

—Puede haber un polvo, o —recordando que dijo ser muy sexual— cinco.

—Dame una razón para no echarte de mi casa.

—¿Una? que estás deseando que te folle.

—Aparte de esa.

—Dijiste que solo follas con quien te sientes bien.  ¿Cómo te sientes?

—Dejando a un lado que eres el hijo de Catalina, y que te saco casi treinta años … ¡de puta madre!

—Entonces Elena, disfrutemos del momento.

—¿Carpe diem?

—¿Porque no?

Se quedó dudando, un tiempo que se me hizo eterno, por miedo a que se arrepintiera.

—Nunca he estado con un chico tan joven, y estoy desentrenada, llevo tiempo sin hacerlo. Ve despacio.

Le firmé con mis labios el acuerdo. Estábamos los dos mareados, apenas podíamos besarnos, acariciarnos, masajearnos. Se quitó la camisa sin desabotonar, se despojó de su vaquero, y se mostró ante mí con su ropa interior, con un cuerpo que no podía ocultar su edad, pero con una sensualidad que la hacía tremendamente deseable. Tardé nada en desnudarme antes de que se arrepintiera de lo que estaba ocurriendo.

Con el morbo que me generaba tener a esa la amiga de mi madre desnuda frente a mí, la abracé mientras taladraba su boca con mi lengua, y mis manos, se deslizaban por dentro de su braguita. Sus gemidos me excitaban aún más. Nos besamos ya sin freno, nuestras bocas querían alimento además de bebida. Me ofreció libre de conciencias su pecho, para que me emborrachara. Su copa encajaba perfectamente en mi boca, que parecía haber sido diseñada a medida de ellos. Animado por sus gemidos, que componían toda la sinfonía del orfeón donostiarra, mezclando agudos y bajos, la tumbé en la mesa en posición horizontal, con sus piernas abiertas al placer, pareció darme fuerzas, porque volví a empujar contra ese coño ávido de sexo, al que no dediqué preparativos ni juegos. Se sentía aún cortada, llevaba mucho tiempo en el banquillo, pero yo la iba hacer debutar a lo grande.

Apreté, ella se abría, estaba saciada de alcohol, pero hambrienta de polla. Me costó abrirla, más que a su hija. No conseguí meterla entera, pero acabé pronto. El primer combate lo podíamos declarar nulo, porque nos corrimos a la vez. Me sonrió relajada, aunque no sabía si yo le había dado lo que esperaba.

—Nos hemos ganado una siesta, no tenemos prisa Elena.

Al despertar la encontré observándome, parada. El contraluz de la ventana perfilaba un rostro sensual. Se acercó, me mostró una cajita con lubricante.

—Con esto irá mejor. Te dije que llevaba demasiado tiempo sin hacerlo.

Me miró sonriente. Abrió sus brazos, me abrazó y al oído me confesó que era mía por entero, que, ya que se iba a condenar por dejarse follar por un jovencito, la pena sería la misma por uno que por cinco. Le gustaba follar, y yo iba a darle el placer que llevaba meses reclamando. Sin dejar de besarme, cogió mi polla, masajeándola para verla en su punto. Yo me esforcé en prepararla, acaricié su coñito entre gemidos, en un código morse de gemido largo gemido corto, y que yo interpreté como no pares, sigue.

Con su coñito bien lubricado, su cuerpo cansado y su mente entregada comencé a moverme dentro de ella con ritmo cadencioso, sin acelerar aún, dejando que fuera de nuevo su cuerpo abriéndose al placer. Su respiración la delataba. Los suspiros tronaron en gemidos. Alcanzó rápidamente el orgasmo antes de calmarse, soltando una nube de espuma blanca que inundó la habitación de olor a hembra bien follada. Pero ya no se conformaba, no estaba dispuesta a quedarse atrás. Se subió sobre mí, busco mi polla con su mano, hasta situarla dentro, se dejó caer, maniobrando hasta que con la dilatación que llevaba, se la empotró entera, y comenzó su baile, sus tetas se enfrentaban a mis ojos directamente, su cadencia me elevaba, joder ahora sí follaba bien.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Uff estoy divina.

Ya había perdido su fuerza inicial, pero no su deseo, que seguía en la cima. Era pura sensualidad, se entregaba como una hembra hambrienta.

—Eres muy buena follando.

—Me encanta el sexo, cuando siento complicidad —me dijo.

Ya había perdido la vergüenza, solo deseaba disfrutar. Pero había que reponer fuerzas.

 —¿Sigue en pie tu oferta de invitarme a cenar? Me gustaría sentirme como una pareja, no ser solo un polvo.

—Será un placer.

Nos fuimos caminando a la calle Ponzano, donde reservé en la Máquina, uno de mis lugares preferidos cuando iba a Madrid. Ella se vistió con un ajustado vestido negro, que la hacía más juvenil, y cogió un chaquetón de cuero grueso. El olor de su perfume hizo aletear mi nariz, embriagándome antes de hacerlo con el vino.

—¡Estás al tanto de los sitios de Madrid! —exclamó.

—Te has arreglado espectacular. No merecías menos.

Mientras nos servían un tomate con ventresca para compartir de primero, comenzamos a hablar de cosas más personales, proyectos, lo que hacen las personas normalmente, antes de irse a la cama. Nosotros nos habíamos reencontrado como si fuéramos desconocidos, porque no nos conocíamos en realidad, y en dos días estábamos follando.

—Me siento divinamente Pablo, aunque te parezca mentira, estar cenando como una pareja, acalla mi conciencia. No quería pensar que solo deseabas follarte a una madurita.

—No solo, pero desde luego que deseaba follarte, desde la mañana del día 24 que salimos en Salamanca. Y si no hubiera otros comensales, quitaría la cubertería, y te volvería a tumbar en la mesa.

—Resultas un poco grosero; pero he de reconocer que no recuerdo que me follaran como lo has hecho tú.

Estuvimos disfrutando del ambiente joven de esa hora, y comprobando a mi alrededor que ninguna de las treintañeras podía competir con la sensualidad de Elena. Nos comimos la boca en público sin importarnos a ninguno de los dos dar la nota.

Cuando el camarero nos preguntó si deseábamos postre, ella negó sonriendo.

—Volvamos a casa. Estoy deseando ser tu postre, y que me folles de nuevo.

Parecía que hubiera tenido un sueño como el Faraón y supiera que después de los siete años de vacas gordas, vendrán otros siete de vacas flacas y estuviera guardando sensaciones, vivencias, recuerdos, que pudiera evocar en épocas de escasez.

La entrada a su casa esta vez fue diferente. Sabíamos lo que iba a suceder. Fui desnudándola despacio. A cada prenda, un suspiro de ella y un beso mío. A la vez que yo, ella me iba quitando la ropa. Al quitarle el sujetador, su suspiro se hizo más largo, como lo fueron mis besos sobre sus pechos apuntando hacia mí. Tumbada sobre el lecho, unté de nuevo crema sobre su delicioso coñito, extendiendo mis dedos hasta dentro de su vagina.

—No sé lo que os gusta a los jóvenes Pablo, enséñame. Haz lo que te apetezca.

Quería experimentar y yo la iba a entrenar.

—El sexo no tiene reglas, solo déjate llevar de lo que sientas —le hablaba mientras con mis dedos la acariciaba para ir acelerando su ritmo.

—Has activado la circulación de mi sangre, has hecho brotar múltiples orgasmos de mi cuerpo yermo —me respondió cerrando los ojos y acelerando su respiración—. Sigue follándome.

Estimulado por sus jadeos decidí tomar de inmediato posesión de ese cuerpo tan abandonado en los últimos meses. Dejé que cogiera aire, me acosté y la hice que se sentara sobre mi dándome la espalda y aprovechando lo dilatada que estaba, metiéndosela entera hasta el fondo. Sin darle instrucciones comenzó a subir y a bajar, despacio al inicio, gimiendo, acariciándome los huevos con violencia, descontrolada, giraba su cabeza hacia mí reclamando besos, lo quería todo, iba acelerándose, mientras yo la sujetaba por la cintura tratando de frenarla, para alargar nuestro polvo. Aprendía rápido, su sensualidad la desbordaba, su sequía pasada la exigía, su ternura me transportaba, y así aguanté hasta que en un arreón acabó con mis defensas, y cuando sintió su vagina inundada de mi líquido, se dejó ir, a la vez que se destensaba su cuerpo de nuevo, acabando en una explosión, que rompió en mil pedazos los recuerdos de ambos.

—Dios mío, cuánto lo he echado de menos —le salió expulsado de su boca como la lava de su vagina—.

Tras un tiempo que no supe calcular cuánto fue, inicié un movimiento para marcharme.

—Quédate a dormir … por favor. No quiero quedarme sola.

¿Cómo negarme a esa petición?

—De acuerdo, pero no creo que pueda dar más de mí, después de la sesión pre siesta y post siesta me has fundido. ¿Es muy pronto en nuestra relación para ver una peli en la cama? —sugerí riendo.

—El sexo no es solo un polvo aquí y ahora. Se disfruta más combinado con una relación placentera, compartiendo aperitivo, conversación, una peli. —respondió.

Mientras yo hacía zapping, ella hacía polling, jugaba con mi polla, distraídamente como sin darle importancia. Acostumbrada a pollas de cincuenta o más años, creía que podía jugar con la mía sin que reaccionara, y se sorprendió cuando descubrió que la mía, que no llegaba a treinta años, si la acariciaban, respondía.

—¡Joder no se le puede gastar una broma! —se rió al verla apuntar hacia ella.

—Con las cosas de comer no se juega.

Y como si hubiera entendido que era una invitación a comérsela, se deslizó como una serpiente a lo largo de mi cuerpo, besando todo lo que encontraba a su paso, como una poderosa arma de guerra destructora, hasta que llegó a su objetivo.

La visualizó, la catalogó, «polla joven, de dieciséis centímetros, seis de diámetro, firme, orgullosa, apuntando directamente hacia mí. Tengo que neutralizarla» y como si tuviera que salvar a un batallón, se irguió sobre mí, y se lanzó sobre ella, atrapándola con sus manos, engulléndola en su boca, creyendo que así la desactivaba, obteniendo el efecto contrario. Activó un arma de penetración masiva, que deseaba follarle la vagina antes que la boca. Aprovechando su posición alzada sobre mí, solo tuve que obligarla a que se adelantara, y la esperé con la bayoneta calada, a que se acercara a mi línea de ataque, donde le ensarté la polla en su coñito, entrando a la primera, sin encontrar barreras de defensa.

—Mmm hazme disfrutar Pablo, nunca había disfrutado así del sexo. No tengas prisa, Follame despacio.

Marqué un ritmo de marcha, constante, pero sin asfixiar. Iba aleccionándome durante la caminata, «así, sigue, me gusta, mmmm que rico». Gemía cada vez que le acariciaba las areolas, no abría los ojos, no sé si por miedo a asustarse de tener debajo a un jovencito, o porque de esa forma era capaz de controlar mejor sus efluvios. Yo me dejé llevar, disfrutaba sin llegar a mi zona de exigencia, como buen corredor de fondo sabía que la carrera era larga. Y cuando cayera derrotada, la sometería a mi ritmo.

Su galopar calmado era incansable, no resistía más, no por estar cerca de correrme, sino por el rozamiento que producía en mi polla el aplastamiento contra su coñito, cada vez que se dejaba caer sobre ella. Decidí que era el momento de pasar al ataque, y que me siguiera o se quedara. Me giré sobre ella sin sacarla, la abrí en cruz, comencé a galoparla, como si me persiguiera una banda de indios, magreé sus pechos redondos, flácidos en esa posición, pero de piel sedosa, acerqué el pulgar a su clítoris, vi a través del iris de sus ojos encendidos, que estaba a punto de chillar, y descargué la pólvora que aún quedaba en mi pistola sobre su vagina. Ella aún seguía en su climax, estaba empezando a controlarse. Deseosa de que la rematara, me deslizó hacia abajo, a la vez que subió su pelvis hasta la altura de mi boca, y abriendo sus piernas me ofreció su coñito abierto de par en par. Hacía tiempo que no me comía un coñito sin depilar, cuya frondosidad, escondía unos labios deseosos de ser besado, chupados, absorbidos, sacando de ellos todo su jugo.

—Joder cabrón, nunca me han comido así el coño. Sigueeee…

Tuve que mantener mi pulgar firme sobre el botoncito de su clítoris, para oír su grito, que se había encasquillado al haberme precipitado yo.

—Ahhh si no me rematas, creo que mi corazón no habría soportado tanta excitación.

—Joder Elena, eres divina follando.

—Tú no te has portado nada mal —respondió con voz entrecortada—. Estamos sincronizándonos rápidamente.

Muchas mujeres necesitan un tiempo para sincronizar su deseo corporal con su estado mental.  Elena solo necesitó encontrar alguien que ella considerara que merecía la pena, para sincronizar los cuerpos. Abrazados con la satisfacción del deseo saciado, y el sueño atrasado que arrastraba, me quedé dormido enseguida.

Al despertar del sueño en el que hacer el amor nos sumió, Elena, parecía otra mujer diferente de la Elena anterior, me dio un recital de besos, y al oído susurraba que se sentía liberada. Yo tenía que regresar a Salamanca.

—Aportas energía positiva en mi vida, aunque sea una locura.

—No hagamos planes, vivamos esto—le dije

—Me siento liberal, pero no me gusta compartir pareja. Si quieres que vivamos esto, tendrás que terminar con Concha. ¿Estás dispuesto?

No me sonaba mal, pero ¿y Leni? A ella podría follármela, pero no aceptaría que me follara a su hija. No era justo, a fin de cuentas, ella fue quién me sugirió que a su madre le hacía falta un buen polvo. No quería renunciar a Leni, solo la había disfrutado una noche.

—Sí. Me gusta tu genética, no follaré con ninguna otra.

Me pareció una forma de dejar la puerta abierta a su hija, sin mentirle.

Durante el trayecto de regreso a casa, mi cabeza no dejó de volar entre Elena y Leni. El próximo año prometía experiencias maravillosas.