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El becario

 

Un becario es una persona que hace el trabajo que no le gusta a los demás, con salario de mierda.

A Kino nos lo mandaron de la escuela universitaria para hacer prácticas cuando estaba acabando un módulo de informática. Nunca entendimos muy bien que tenían que ver sus estudios con un despacho de abogados, lo que si entendimos enseguida es que iba a ser el botones de todos por un mísero sueldo, si es que se podía llamar así. Cobraba trescientos euros mensuales por trabajar ocho horas diarias, pero necesitaba hacer un mínimo de horas de prácticas para graduarse.

Era un chico extrovertido y muy dispuesto a todo lo que le mandáramos. Nunca ponía una mala cara por nada, al contrario, aceptaba lo que le dijéramos que tenía que hacer. Una semana después de incorporarse ya le mandábamos hasta a por cafés al bar de la esquina.

Lucia y yo trabajamos solas en un despacho aislado al fondo del pasillo de la casa donde está el bufete y es raro que alguien venga a vernos. El resto de compañeros son todos abogados y se limitan a llamarnos por el teléfono interno para pedirnos lo que necesitan y que se lo llevemos. Nosotras encantadas porque nos da una libertad que en otro despacho no tendríamos.

Un lunes por la mañana a primera hora estábamos prácticamente solas en la oficina cuando apareció Kino con un montón de correspondencia y nos dijo que no nos íbamos a aburrir esa mañana. Casi todo eran notificaciones de los judgados y eso suponía buscar expedientes para pasárselos a cada abogado los suyos junto con la citación. Normalmente eran señalaciones a juicio.

Lucía le preguntó si le importaba bajar al bar y subirnos el desayuno porque con tanto trabajo no íbamos a poder bajar nosotras. Con su sonrisa habitual y una de sus bromas sobre princesas, preciosas y que éramos sus musas para sobrevivir en la empresa, nos preguntó que queríamos que nos subiera.

Un cuarto de hora más tarde ya estaba de vuelta con nuestros desayunos. Al acercarse a la mesa de Lucia le dejó el café en la mesa y desenvolvió el papel de plata donde le traía el montadito que le había pedido. Le hizo unos dobleces dándole forma de plato y le dijo que su alteza ya tenía el desayuno preparado.

Lucía con una sonrisa y a modo de broma le dio un azote en el culo. Kino se puso serio y la miró diciéndole que no volviera a hacer eso o que se atuviera las consecuencias. Ella riéndose volvió a darle otro azote, esta vez un poco más fuerte, desafiando su chulería.

Kino tiró de la silla con ruedas donde estaba sentada separándola de la mesa, al mismo tiempo que le decía que ella se lo había buscado. Se sentó en sus rodillas de frente a ella y le plantó las manos en los pechos. Lucía se quedó de inmóvil ante la sorpresa y él se los estrujó.

Se reacción fue retirarle como pudo, momento que él aprovechó para meterle la mano por debajo de la falda y por la reacción de Lucia imaginé que había llegado a su pubis. Me levanté en su auxilio y cuando llegué a su mesa ella le aplastaba la cabeza contra sus pechos. Me quedé plantada al lado de ellos sin saber que hacer. Al principio mi intención era retirarle, pero al ver la cara de satisfacción de mi compañera entendí que estaba disfrutando con la agresión del chico.

Me senté en el borde la mesa de Lucía y esperé a ver como se desarrollaban los acontecimientos por si tenía que intervenir en su ayuda. Cuando vi que ella luchaba con la bragueta del chico intentando sacarle el pene, sin conseguirlo. Fue él mismo quien se lo sacó y tirándola del pelo le puso la cara pegada a su polla ya dura.

Sin dudarlo un momento, empezó a chupársela hasta que él la retiró y levantándola de la silla la dio media vuelta y la dijo que apoyara las manos en la mesa. Le subió la falda hasta la cintura y tiró de las bragas hacia abajo dejándola con el culo desnudo. Se pegó por detrás, le puso la polla en la entrada y empujó hasta dentro.

A Lucía parecía faltarle el aire mientras jadeaba y no parecía necesitar ninguna ayuda. Yo apoyada en la mesa junto ellos, no me perdía detalle de lo que le hacía. Kino y yo cruzamos nuestras miradas mientras la follaba, había tanta lujuria en sus ojos que me quedé mirándole fijamente y sin darme cuenta me llevé una mano al pecho y me lo estrujé.

Sin dejar de bombearla a ella, me puso una mano en el pubis y empezó a bajarme la cremallera del pantalón. Me incorporé un poco para facilitarle la labor y le ayudé a bajármelos lo justo para que pudiera meter la mano dentro de las bragas y me masajeó directamente el clítoris. Ahora éramos los tres los que jadeábamos.

Lucía le dijo que no se corriera dentro de ella porque no tomaba la píldora. Se la sacó y la pidió que se la chupara. Con la polla dentro de la boca Lucia, arrodillada en el suelo, empezó a penetrarme con dos dedos la vagina, aprovechando cuando los sacaba para acariciarme el clítoris.

Sentí como aceleraba sus toqueteos y se tensaba al correrse cuando me pellizcó el clítoris haciendo que me corriera con él. Cuando salí de la inconsciencia que me había provocado el orgasmo vi como Lucía le escurría la polla intentando sacar hasta la última gota de su semen para recogerla con la lengua.

Kino la ayudó a incorporarse, la sentó en la mesa y le empujó los hombros hasta que la espalda quedó recostada sobre la madera. Le levantó las piernas al tiempo que le separaba las rodillas y metió la cara en su coño. Lucía reprimía los jadeos mordiéndose los labios mientras le aplastaba la cabeza contra su pubis. Luego me contó que se había corrido tres veces.

El chico se incorporó y me preguntó si quería que me lo comiera a mí también. Me deshice del pantalón y las bragas y me tumbé al lado de Lucía en la misma posición que había estado ella un momento antes. Gracias a su incansable lengua me corrí dos veces más de tirón.

Se incorporó para metérmela, al tiempo que empezó a masturbar a Lucía con los dedos, e hizo que me corriera de nuevo. Me la sacó para metérsela a ella de nuevo, haciendo que se corriera una vez más y evitando hacerlo él dentro de ella. Una pena porque conmigo si lo podía haber hecho.

Se la sacó y nos ordenó ponernos de rodillas a su lado para chupársela a dos lenguas. Lucía se ocupó de la polla y yo de los huevos, después cambiamos y en el momento de correrse le besamos las dos el capullo. Nos dijo que nos limpiáramos la cara una a la otra con la lengua y luego le limpiáramos a él la polla.

A partir de entonces nos encerramos los tres en el despacho cuando las circunstancias lo permiten. Ambas estamos felizmente casadas, pero disfrutar de vez en cuando de un extra con un fogoso chaval, veinte años más joven que nosotras, es un regalo.

La semana que viene acaba sus prácticas y seguro que vamos a echar de menos sus servicios, sobre todo los extra, aunque ha prometido pasar a vernos de vez en cuando.